domingo, 14 de marzo de 2010

C8: April

Habíamos recorrido un largo camino hasta la casa de Thomas, en donde conocería a su otra hermana. Sinceramente, yo sólo rogaba a todos los cielos que no fuera como Marco, ese tipo me había causado algo de escalofríos.

-No me digas, ¿piensas en Marco?- preguntó Thomas cuando un escalofrío hizo que me sacudiera levemente.

-No me digas, ¿tú eres el lector de mentes?- contraataqué.

Él se carcajeo.

-Ninguno de nosotros lee mentes...bueno, en mi familia nadie lee mentes...aún- respondió echándome una mirada.

-Entonces, ¿qué don posees tú?- indagué apretando un poco más mi agarré en su cintura.

Se quedó pensativo. ¿Había dicho que se veía divino con esa camisa azul claro con los tres primeros botones desabrochados y los jeans negros?

-Tengo la telequinesis...es un don que me sirve para mover cosas- respondió con su acaramelada voz.

-¿Y April?- pregunté para sacarme la duda inmediatamente.

-La crioquinesis- afirmó deteniéndose frente a una casa antigua pintada de blanco, con un bello porche con un banco de metal también blanco y unos hermosos arboles que le daban una gran sombra.

-¿Qué es la crioquesanasana no sé que cua?- pregunté bajándome cuidadosamente de la motocicleta.

-La crioquinesis es lo que te permite congelar cosas y controlar las bajas temperaturas- contestó aparcando la motocicleta al lado de un árbol de color blanco causado por la nevada de anoche.

-Ah- murmuré comenzando a caminar a su lado.

El corto trayecto hacia la puerta fue en un total silencio. El frío del mediodía hicieron que me diera piel de gallina, así que rodeé con mis brazos mi cintura. Thomas introdujo una llave -de esas del años 1900 y tanto- en la cerradura, la hizo girar y abrió la puerta. Pasé a una acogedora sala color crema, con muebles blancos y antiguos.

-Bienvenida- dijo Thomas antes de que unos veloces pasitos se sintieran en el segundo piso.

-Thommy, Thommy, Thommy, ¡Thommy!- exclamó una pequeña niña de no menos de 10 añitos, cabellera que le llegaba a la cintura y cobriza, delgada figura y tez pálida. Llevaba un vestido vaporoso color dorado hasta los talones, unos finos zapatitos platiados y una fina cintita en los cabellos. Se veía como una princesita de antaño.

-Hola, April- la saludó alzándola al aire.

-¿Cómo estás, hermanito querido?- preguntó con una cantarina vocecilla.

-Bien- contestó antes de hacerme ver a mí -Quiero presentarte a alguien- profirió antes de morderse el labio inferior.

La pequeña chica formó una amable sonrisilla en su cara. Dio unos pasitos hacia mí y estiró su delgada manita.

-Soy April Moore, la menor entre estos grandulones sin mucho cerebro- se presentó la pequeña.

-Margaret Le Blanc ...la que no tiene ningún don entre ustedes- afirmé haciendo que April soltará un carcajada.

-Así que tú eres la famosa Maggie- dijo la pelirroja de ojos verdes.

Afirmé con la cabeza viendo a la chica danzar de acá para allá.

-Ya era tiempo de que la trajeras, Thommy- dijo April mientras los tres avanzábamos entre los viejos muebles que tenía en la sala de estar.
Entre los dos intentaron enseñarme toda la casa, el cuerto de Marco y Anna, el baño y el lavabo. Hasta que llegamos a una bella sala, con cortinas blancas, el piso de madera -como en toda la casa-, un gran armario, un escritorio cercano al gran ventanal con terraza, algunas muñecas regadas por varios lados, las paredes pintadas de rosado y una única cama situada en el centro.

-¿En dónde estamos?- indagué.

-Estamos en mi hermosa pieza- dijo April.

Mire la espaciosa habitación, si que era un hermoso espacio para dormir, jugar, hasta pasar unas noches viendo las estrellas en la terraza.

-Thomas seguirá haciendo el tour, ¿si?- preguntó la pequeña tomando una de sus muñecas.-Me dieron ganas de jugar un tiempo con mis muñecas- continúo formando una sonrisa.

-Okey- afirmé antes de que ella cerrará la puerta de su alcoba.

Seguimos derecho en el pasillo del segundo piso -en donde estaban solamente las alcobas-. Thomas se adelantó unos pasos para abrirme la puerta de la última pieza.

-Este es mi cuarto- aventuró Thomas.

Su cuarto aún más grande que el de April. Las cortinas azules, la enorme cama, el armario, el escritorio, la ventana que ocupaba una pared, unas guitarras colgadas en la pared frente a la cama, un piano en una esquina y un póster de Jonh Lennon cerca del piano.

-¿Jonh Lennon?- inndagué alzando una ceja.

No es que tuviera problemas con Lennon, mejor dicho, amo su música, en especial Imagine.

-Fue mi gran ídolo en los tiempos hippies, quien no tuviera un póster de Lennon pegado en alguna parte de su casa no podía llamarse hippie en esos tiempos- afirmó.

-¿Fuiste hippie?- pregunté algo sorprendida.

-En los 60, gran época- dijo con la mirada perdida.

Mordí mi labio.

-¿Me puedes contar algo de los hippies? Alguna historia o alguna anécdota de esa época- dije mirándole a los ojos.

-Por supuesto- afirmó.

Pasamos lo que quedaba del mediodía, la tarde y algo de la noche entre historias hippies, anécdotas de la Segunda Guerra Mundial, discursos con promesas de que no había crisis en 1929 y las muchas otras cosas que había vivido Thomas a lo largo de sus 180 años de vida, yo todavía no podía creer que tuviera esa edad. Cuando nos dimos cuenta que ya era casi medianoche regresamos a mi casa, nuevamente, en la motocicleta de Marco.

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